[space_20]El 17 de junio es el día de Islandia. No quería desaprovechar la ocasión para rendir un homenaje al paisaje que más me ha impresionado en mis ya 34 países visitados. Islandia marcó un hito en mi vida viajera aún sin superar. Y si hay una región en la isla que se lleva todo mi asombro, esa es la de los Fiordos Occidentales, o Fiordos del Oeste de Islandia (también conocidos como Vestfirðir o Westfjords). Que un tercio de la costa islandesa se esconda en estos fiordos, ya es bastante significativo de lo abrupto del lugar. Pese a su impresionante paisaje, solo un 15% de los turistas llega a alguno de sus puntos. Hoy os cuento mi travesía hasta Ísafjörður, su capital.
Había llegado a Islandia en una noche de San Juan, la cual prometía sol de 24 horas durante todo el viaje a través de Islandia. Sin embargo, la primera parada en nuestra ruta, Vestfirðir (los Fiordos del Oeste de Islandia), nos mostrarían que incluso en los días y noches más luminosos puede reinar la oscuridad. Partimos tras un día en la capital, esperando la llegada de mi compañera de viaje que llevaba 7 días por el país en otra ruta. Los fiordos occidentales no son los más visitados, y ni siquiera el boom turístico ha elevado la proporción de visitantes. La realidad es que en nuestro road trip por Islandia en 2011, llegamos a conducir más de 2 horas por la región sin cruzarnos absolutamente a nadie. Su población, en constante declive, no llega a los 7.000 habitantes.[space_20]
[space_20]
[space_20]
Llegar a los fiordos del oeste de Islandia en el Ferry Baldur
Tras una jornada maratoniana rodeando la península de Snæfellsnes, llegamos a Stykkishólmur. El viento y las nubes habían comenzado a inundarlo todo. Sin perder tiempo, y con el chubasquero a cuestas, buscábamos donde quedarnos a dormir. Una nota con un número de teléfono en nuestro alojamiento hizo que tras una llamada y 10 minutos de espera, alguien viniese a abrirnos. ¿Pagar? No les urgía (como nada en esta gran isla), ya lo haríamos al día siguiente.
Tocaba madrugar para asegurarnos poder salir en el ferry Baldur de la mañana (de junio a finales de agosto salen dos ferries al día, desembolsando 46€ por persona y otros 46€ por el coche). Tuvimos suerte y conseguimos una de las últimas plazas. En la travesía de dos horas y media, hasta el puerto de Brjánslækur en el sur de la península de Vestfirðir, divisamos la isla Flatey. Como curiosidad, puedes bajarte durante 6 horas y esperar al siguiente ferry sin coste extra. Si llevas coche y quieres visitar Flatey, la naviera te lo lleva y aparca al final del trayecto para que lo recojas a tu llegada por la noche. Nosotros no nos quedamos en Flatey y continuamos la travesía hasta Brjánslækur, un puerto sin más que da la entrada a la región más abrupta de toda Islandia.[space_20]
[space_20]
Vestfirðir: un suceder de caprichos de la naturaleza
A mediodía tocas tierra de nuevo y ya comienzas a presentir que algo especial está a punto de abrirse según avanzan los kilómetros. Nuestro objetivo era dormir en Ísafjörður y podíamos escoger varias rutas. Decidimos girar a la izquierda al salir del puerto, pensando en llegar a Bjargtangar, el punto más occidental de Islandia y Europa (sin contar las Azores). Fue al llegar a Skápadalur y su fotogénico barco abandonado cuando nos dimos cuenta que el tiempo se dilata enormemente al serpentear por los fiordos occidentales. Como curiosidad, el barco de la foto no está hundido como muchos creen. Es el barco de acero más antiguo de Islandia, y eso que su pasado ballenero lo llevó por diferentes países hasta llegar a Islandia al final de la segunda guerra mundial. En 1981 se declaró obsoleto y, en lugar de hundirlo como chatarra marina, los islandeses decidieron dejarlo como monumento. Hoy, espera tu fotografía y su final en máximo óxido.[space_20]
La naturaleza está decidida a ofrecernos espectáculos. Las auroras boreales son un ejemplo de ello. Yo las descubrí en Höfn, Islandia, mi mayor regalo viajero.
[space_20]
[space_20]
[space_20]Dando media vuelta desde allí, metimos el turbo hacia Ísafjörður (¡todo turbo que puedas considerar los 80 km/hora de máxima islandesa!), no sin dejar de observar los parajes que ofrecía la región en su camino. El sube y baja por carreteras de grava que recorren los diferentes fiordos de la región dejaban los más impresionantes parajes en el horizonte. También, un nuevo paisaje nos fascinaba cada vez que finalizábamos uno de los dedos de los fiordos y nos adentrábamos en el siguiente. Así como los paisajes sobre el horizonte desde la cuña final de los fiordos. [space_20]
[space_20]
[space_20]
El sol de medianoche, abatido
Íbamos confiados gracias a un supuesto sol de medianoche que nos acompañaría fuese la hora que fuese, pero lo cierto es que la noche anterior había planteado ya alguna duda. Incluso en la semana en la que Islandia se queda sin noche, los fiordos occidentales de Islandia se vuelven oscuros. Los fiordos y la tierra que se erige de ellos giran entre si mismos y se hacen sombra los unos a los otros. Dicen que en Reykjavik el sol siempre toca el horizonte. pero que no lo hace en el norte de la isla. Fuese lo que fuere, la capa de nubes que nos acompañó a nuestra llegada a Stykkishólmur y luego a Ísafjörður añadieron ese punto de misticismo que necesita cualquier viaje a Islandia.
Ísafjörður dormía muy plácida a nuestra llegada. Como siempre, desorientados por la luz del tan prolongado día, acabamos pidiendo las llaves de la habitación bien pasada la madrugada. En la calle, solo quedaba un juguetón gato islandés. En las laderas de la plácida Ísafjörður las sombras de los pájaros se perseguían buscando un nuevo amanecer. Al día siguiente. el sol brilló, y no se puso más durante los aún 5 días de ruta que nos quedaban.[space_20]
[space_20]
[space_20]
Me parece maravilloso como lo cuenta.En Junio viajaré a Islandia y leer Esto me hace emocionarme e intusionarme más si cabe con mi viaje….