Han finalizado 28 fantásticos días de ruta por el Cono Sur. Una ruta sencilla y sin atropellos para poder disfrutar del ritmo del viajero más relajado, pero lo suficientemente abierta para dar pie a decisiones más espontáneas. A pesar de que me lo he tomado con calma, ¡no he dejado de ver cosas nuevas cada día!
Este itinerario por el Cono Sur es especialmente interesante para aquellos viajeros que no teman a los meses más fríos de Argentina, Uruguay y Chile. Y de hecho, es que el frío que pasarán será solamente relativo. Aquí os dejo el resumen de 28 días en un viaje de 6 capítulos, siendo el inicio de una serie de posts que descubrirán más detalles de este ideal viaje.
Sin miedo al frío invierno austral
“¡Qué frío!” Esta era la respuesta que obtenía cada vez que contaba que me iba a Argentina y Chile en julio y agosto. Y sobre todo, la obtenía cuando hablaba con alguno de mis amigos y compañeros argentinos. Por suerte, no era para tanto. Argentina es tan grande que atraviesa varias zonas climáticas, desde la gélida Patagonia, hasta la subtropical Iguazú o Salta y Jujuy. Además, terminaba el viaje en el Desierto de Atacama en Chile después de varios días de terrenos de precordillera andina.
Elegir el norte del Cono Sur significa disfrutar de un invierno relativamente suave. No os voy a engañar, hace frío, pero nada que no se aguante con una chaqueta bastante normalita. Si eliges estos parajes, no dejes de llevarte algo de ropa térmica, pues en las zonas desérticas baja mucho la temperatura por la noche. Solamente una vez estuve por debajo de 0 grados, y fue porque estábamos a 4.200 metros de altura antes de que saliese el sol.
Introducción a Uruguay
Uruguay fue casi una parada estratégica, pues rebajaba el precio de mi vuelo de entrada a Latinoamérica unos 150 o 200 euros, ya ni me acuerdo. A tan solo unas horas en ferry de Buenos Aires, merece bien la pena considerarlo como punto de entrada. Además, muchos de los que visitan Buenos Aires, acaban haciendo una visita de un día o dos a Montevideo. Esto significa que también te ahorras el dinero (y el tiempo) de un trayecto en ferry.
Dediqué tres días a deambular por la capital uruguaya. Era el inicio de mi ruta por el Cono Sur y quería hacerlo de manera tranquila. Al final, y tras charlar con una amiga-de-amiga de Montevideo, uno descubre que la ciudad acaba teniendo mucha más cultura de la que pensamos. De hecho, y como suele ser habitual en mis viajes, acabé salándome su Teatro Solís, una de las típicas paradas que nadie se pierde.
Tras el paso por la capital, un fugaz paseo por Colonia de Sacramento ponía fin al capítulo de 3-4 días embarcándome en un ferry que cruza el Río de la Plata.
Buenos Aires y el ritmo porteño
La capital Argentina fue lo que mas me costó planificar. La gente la ama o la odia, y de ahí que las recomendaciones fuesen de tan solo 2 días de pasada a una semana o más. La realidad es que le dediqué 5 días que acabaron confirmando que la magnitud de la ciudad bien merece esos días y un poco más. Y como cada vez que me encuentro en una gran ciudad, acabo deambulando analizando su estructura, su gente, sus situaciones del día a día. Hay momentos en los que me olvidaba de las metas de cualquier turista y prefería perder la mirada. Y es que Buenos Aires sorprende por lo bien organizada que está, por lo enorme de sus avenidas, y porque uno espera encontrarse un caos que es solo relativo.
Los porteños (así se les dice a la gente de Buenos Aires) insisten en que su ciudad es una comunión de cachitos de Europa. Y, de hecho, fueron más de 2 las veces que oí a varios discutirse amigablemente sobre si era más Madrid o más París. Y sí, es cierto, de todas las capitales latinoamericanas que he visitado, Buenos Aires tiene una mayor influencia europea, incluso jugando en su contra, pues el turista europeo, tal vez, no la acabe encontrando tan fascinante. A mí, no lo dudo, me encantó y tengo claro que volveré para descubrir más allá de su Microcentro, San Telmo, Palermo, los parques… En Buenos Aires siempre encontrarás tu lugar.
Misiones: ruinas y cataratas
Estos primeros 8 días cerraban los dos primeros episodios, los más urbanos del viaje. Daban paso, tras dos horas de vuelo directo desde Buenos Aires a Posadas, a un inesperado shock de aprendizaje. Madrugué, como si no quisiera ver el sol, y a las 10 de la mañana ya estaba en la capital de la región de Misiones. Misiones es esa región del norte de Argentina que avanza entre Brasil y Paraguay, franqueada por los ríos Uruguay, Paraná e Iguazú. Rica en naturaleza y cargada con la intensidad de 150 años de convivencia (o sometimiento) de las misiones Jesuitas con el pueblo guaraní.
La historia de las ruinas Jesuitas llamó tanto mi atención que decidí cruzar la frontera y pasar unas horas en Paraguay. Las ruinas de estos poblados se extienden por Uruguay, Paraguay y Argentina, pero todos coinciden en que las paraguayas son las que mejor narran la historia. Y así es. Tras descubrir los restos arqueológicos de Trinidad y Jesús en Paraguay, dediqué otro día más a las argentinas, en los pueblos de Santa Ana, Loreto y San Ignacio.
Tras dos días entre ruinas y sintiendo la energía que todavía desprenden las localizaciones, me subí al lechero, el último bus que recorre todos los pueblos de misiones hasta llegar a Puerto Iguazú. Una vez allí ya se notaba la intensidad del clima subtropical de la región. La humedad aumenta y el calor también. Te podrías olvidar de las mangas largas si querías, pero es zona de mosquitos y más vale prevenir más allá de un buen repelente. La magnitud de las Cataratas de Iguazú es difícil de explicar, pero por el momento solo os puedo adelantar que ambas partes de las cataratas son abrumadoras en diferentes medidas. Así pues, no dediques nunca menos de dos días a las Cataratas de Iguazú y visita los parques brasileño y argentino.
Las provincias argentinas con más color
Reconozco que si no fuese por mi buena amiga Laura, no hubiese centrado la atención en las regiones del Noroeste argentino. Ella borró de mi cabeza la idea de ir haciendo un circuito por el centro de Argentina que incluís Córdoba e incluso Rosario. Sin querer despreciar el resto de opciones (porque a Argentina, tengo que volver a por más), lanzarme a las regiones de precordillera fue todo un acierto. Tucumán, Salta y Jujuy: tres pequeñas provincias que se encadenan y que resultaron ser el corazón de mi ruta por el Cono Sur. Incluso con una visita relámpago a Bolivia y el mercadillo en el que se transforma Villazón, el primer pueblo boliviano al cruzar desde la Quiaca, el simbólico final de la ruta 40.
En estas regiones descubres que nuestra mente vive aturdida por el gris y el ruido de las ciudades modernas. El tiempo se detiene y comienzas a disfrutar de cada momento, de la gente, de los colores del paisaje y de los sabores mas caseros. Todo se vuelve tradicional y auténtico. Cada día avanzas por nuevos paisajes, alternando la humedad del bosque con los secos altiplanos. Recorres las diferentes quebradas que conmemoran esta región con varios patrimonios (naturales) de la humanidad y que sin duda esconden infinidad de tradiciones que te fascinarán.
Estas tres provincias son el fin de Argentina por el norte. Te anuncian la inmensidad de los Andes y la vida en altura y tradición de la vecina Bolivia. Los ritmos del tango desaparecen y se invade todo del folclore popular que anticipan Bolivia y los pueblos originarios. Lo mejor del viaje.
Perder el sentido espacial en Atacama
Ya en la última semana de esta ruta por el Cono Sur se cuela Chile como broche final. La excusa es casi el vuelo baratísimo de vuelta con LEVEL, pero una vez estás en Salta y Jujuy, o cruzas o Bolivia o continúas hacia Chile. Regresar hacia Buenos Aires hubiese sido una opción, pero mi viaje de abril en el Chiloé me había abierto el apetito de los contrastes de Chile. Y fui hacia uno intenso: el desierto de Atacama. Desde Argentina se llega cruzando por el paso de Jama, tras una buena ruta a 3000 y 4000 metros de altitud. Lo suficiente como para sentirse algo aturdido si no estás acostumbrado a pasar tanto tiempo a tanta altura. Pero merece la pena, aunque la inmensidad del desierto es muy difícil de describir y transmitir.
Llegar a San Pedro de Atacama significa también poner en alerta tu cartera. Todo está pensado para poder sacar el mayor beneficio de cada visitante. Por suerte, hay opciones para todos los bolsillos, simplemente debes dejarte guiar y saber escuchar la voz de los viajeros que vayas encontrando. Te sobrarán excursiones entre las que escoger, y todas merecen la pena. Dependiendo de tu audacia, podrás subir a ver geysers mientras amanece, hacer algún trecking por los valles de Marte o la Luna, o encaramarte a algún cinco mil o seis mil de la zona: si, esas montañas que parecen cercanas y pequeñas, rozan el cielo.
Alboroto de capitales como punto final
Tras 25 días de viaje, tocaba relajarse del todo antes de enfrentarse al regreso a la rutina. Para ello Santiago de Chile jugaba un papel importante. Ya la conocía y no guarda atractivos ilimitados, por lo que no hay una sensación de estar perdiéndose nada. Al mismo tiempo, tiene algunas partes que se dejan disfrutar y por las que merece la pena deambular sin demasiado plan.
La visita que sí que merece mucho más la pena, a unas dos horas de a capital, es Valparaíso. Esta ciudad tuvo sus tiempos gloriosos, sus ires y venires de poder, y hoy en día destaca por ser uno de los puntos con más hype de Latinoamérica. O al menos esa es mi conclusión después de oír tanto de ella en boca de otros viajeros: todas regresaban encantados. A Valparaíso la puedes visitar de muchas maneras, desde la literatura, el arte callejero, o sus tiendas y cafés. Yo prefería poner mi creatividad a funcionar a través de los murales de artistas reconocidos o anónimos, poner un auténtico broche final de color y creatividad a mis 28 días de ruta por el Cono Sur.