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Fue cuestión de pocos segundos, salimos de la blancura cavernosa de la estación de Baixa Chiado para dejarnos bañar por otra blancura, mucho más limpia y lozana, la luz de una Lisboa que se antoja muy antigua pero con la plenitud de una decadencia hípster. Una Lisboa muy noble y siempre leal.
Partimos de una Lisboa venerable y descolorida y volvimos a una Lisboa que poco a poco va recuperando su colorido de antaño, edificio a edificio, pared a pared, jardín a jardín. Fue un encuentro maravilloso salpicado de muchos recuerdos y demasiados descubrimientos, tantos que nos daba la impresión de que no volvíamos a la misma ciudad, que aquella Lisboa de nuestros sueños había desaparecido. Pero no. Allí estaba, simplemente se había sacudido un poco el polvo para revelar todos sus tesoros y liberar la creatividad de sus ciudadanos adormecidos.
Nuevamente nos olía a Alfama, a sardinas y marihuana, a azúcar quemada y canela, al olor eterno y ligeramente agrio del pan recién horneado en la Baixa Pombalina y al olor de un río que se confunde con el mar en toda la ciudad. Y tal y como no se olvida cómo montar una bicicleta, nos entregamos de nuevo a sus calles, a las enrevesadas, a las rectas y las curvas, sean barrocas o musulmanas, que dejar entrever la ciudad como entre grietas. Nos entregamos a sus tascas y a su gente, y a su idioma que es un susurro lirico. Fue caminar por su adoquinado, aquel que refleja la luz de una manera tan especial, para sentir que habíamos vuelto a casa, una casa que nunca ha sido nuestra pero que se porta como tal.
Puedo decirte a dónde fui, qué comí, qué autobús cogí (que eventualmente lo haré) pero jamás nada se comparará con el simple hecho de probar sus natas bajo la merced de sus colinas y miradores o pasar la tarde en alguna de sus plazas. Lisboa hay que recorrerla, olerla, saborearla; hay que vivirla para dejarse enredar en sus azulejos y su luz blanquecina para nunca dejarla ir de tus pensamientos.
Y si todavía te quedan dudas sobre visitar o volver a Lisboa, te invito a leer la Carta de amor a Lisboa, donde no solo entenderas la obsesión que me invade, sino que te darán una ganas irreprimibles de verla.
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Joder, ya se me estaban pasando las saudades…
No están admitidas ni Saudades, ni Morriñas. Por eso… ¡volveremos en Septiembre! Volver es la única medicina. 🙂