Hace unos días os comenzaba a explicar que había significado el 2014 en viajes para mi. Obviamente no son solo viajes, sino visitas a amigos, reencuentros o simples cambios de lugar de residencia. Un frenesí de locura que no muchos entienden. En el post de hoy os explicaré como continuaba mi año, asentándome en Barcelona y con un viaje que cambiaría mi vida.
Como os contaba, habían pasado una serie de viajes a Alemania y Austria, con juntazas con mis ex-compañeros de clase en Salamanca entre otros muchos viajes. Tras tres semanas de sosiego en mayo (y las necesitaba después de tanto ajetreo), Ryanair me sorprende en Junio con dos “flashsale” seguidos que se adaptan a mis no-planes de fin de semana. Me llevan a primero a Bristol, donde disfrutaré de una experiencia couchsurfing de lo más placentera, durmiendo en un barco en pleno centro con vistas a uno de los graffitis de Banksy más escondidos. Una semana más tarde vuelo a Londres, una de mis ciudades favoritas y donde siempre hay alguien que visitar en un nuevo barrio. Esta vez descubro todo lo que ofrece Waterloo y sus alrededores, además de dejarme llevar por una burbuja de amigos polacos que me descubren una serie de bares de lo más pintorescos.
Julio arranca y también lo hace el sofocante verano barcelonés. Aquí se cuela otra visita express a Düsseldorf y Berlín por meros temas burocráticos que convierto también en ocio (y es que Düsseldorf celebraba su Quadriennale de arte precisamente en 2014 y todavía no la conocía a pesar de mis tres años viviendo en Alemania). Pero continuamos en Barcelona, sofocante por su temperatura, pero también por la aglomeración turística que la convierte en un destino del que huir en temporada alta. Toca pensar una escapada corta y rápida, pero que me lleve a un estado de tranquilidad absoluta (¡o al menos diferente!). Ese destino es Menorca, una joya del Mediterráneo de la que no os contaría nada si con ello consigo que siga tan virgen, bella y tranquila como hoy en día. Por eso, y porque recorrer 150 kilómetros en bicicleta por toda la isla sin aglomeraciones, se lleva mejor.
Agosto es otro mes tranquilo, y es que no me gusta viajar en temporada alta, empujando todos mis planes fuera de julio y agosto. En esta ocasión toca re-descubrir la Barcelona que hacía cuatro años que había dejado como ciudadano y de visitar nuevas atracciones como Montserrat: a una hora y media de Barcelona que une naturaleza y meditación en muy diferentes niveles. Para muchos un destino menor, pero fantástico para todo tipo de perfiles: familias, individuales, religiosos, amantes de la naturaleza, intrépidos deportistas…
Con la temporada alta sin querer decir adiós en Barcelona y ya en el mes de septiembre, toca escaparse en el gran viaje del año: Panamá. Un viaje de dos semanas con uno de mis mejores amigos en el que recorremos los archipiélagos atlánticos de Bocas del Toro y San Blas, así como la pacífica y tranquila villa de Santa Catalina y la increíble – increíble – increíble isla presidiaria de Coiba. Este viaje, además, iba a significar un giro en mi vida, pues me obliga a buscar un nuevo trabajo a la vuelta (y el resultado sigue siendo excelente) y porque conocería a gente fantástica que es mi círculo de amigos actual en Barcelona.
Octubre es otro de mis meses favoritos para viajar, pero, como contaba, me pilla con una necesidad de cambio de trabajo, por lo que decido ir a recobrar fuerzas a un destino sencillo, pero siempre apetecible: Madrid. Esta vez descubro nuevas esquinas favoritas en Malasaña y recorro el barrio de las letras desde una nueva perspectiva, gracias, otra vez, a Juana, mi co-bloguera. El fin de semana siguiente, el regalo de cumpleaños a mi compañera de piso acaba conmigo de “polizón” en un coche al Sur de Francia, y con un par de combinaciones más que me llevan hasta Toulouse, una ciudad que se muestra llena de actividad cultural y nocturno. Mi viaje más express hasta el momento.
Y tras unas semanas de un otoño de lo más amable, ya sin la necesidad de encontrar trabajo, me decido a revisitar dos de las ciudades en las que he vivido. La primera, en noviembre, es París, donde Jorge Garlo me enseña el barrio 19, un absoluto desconocido para mi, pero con joyas como la antigua fábrica de pompas fúnebres, hoy un centro social y de arte. Además, y aun a pesar de ser mi enésima visita a la ciudad y de haber vivido allí durante unos meses, me encaramo a la torre Eiffel por primera vez.
La segunda ciudad a revisitar es mi recién abandonado Berlín. Aprovecho el fin de semana largo que cada año disfruta España en diciembre para escaparme tres días a un Berlín abarrotado de mercadillos navideños y del olor a glühwein invadiéndolo todo. Ya cerrando el año, toca volver a nuestro refugio navideño: Galicia, el Baixo Miño y norte de Portugal, pero de eso, ya os he contado algo más.